Estamos celebrando la Fiesta de Pentecostés. Han pasado 50 días desde la Resurrección de Jesús. Y así como los apóstoles recibieron al Espíritu Santo, nosotros desde el día de nuestro Bautismo también lo tenemos.
Como cristianos católicos y discípulos de Cristo que somos, debemos estar atentos a la voz del Espíritu Santo. Un espíritu que no se manifiesta exclusivamente en grandes acontecimientos, sino que también nos habla en la cotidianidad. Es decir, desde las pequeñas situaciones de nuestra vida y en los diferentes escenarios en los que nos desenvolvemos.
La obediencia al Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, es las que nos mueve a parecernos más a Cristo, a pensar, sentir y actuar como Él y por consiguiente, cosechar nuestra santidad.
Hoy, es necesario que revisemos la obediencia al Espíritu Santo. No basta pedirle que venga a nuestras vidas y se pose sobre nosotros, sino que le permitamos actuar, incluso por encima de nuestros propios criterios, que muchas veces son movidos por la soberbia, egoísmos y el pecado.
Seamos pues, dóciles al Espíritu que se nos ha regalado. Los dones que hemos recibido de Él debemos ponerlos al servicio de nuestra Iglesia, para fomentar la comunión entre los hermanos y de esta manera, salir todos a anunciar la Buena Nueva de Cristo.
Que el Espíritu Santo no sólo revolotee en esta fiesta de Pentecostés, sino en nuestra vida entera.