Sacerdote:
Eres elegido por Dios (Mc. 3, 13; Jn. 15, 16) para representarlo ante los hombres (Heb. 5, 1). Él nos alimenta a través de ti (Mc. 6, 37), nos santifica a través de ti, nos guía por ti, nos corrige y nos anima, nos sana (Lc. 10, 9), nos perdona (Jn. 20, 23) y nos ama por medio de tu ministerio…
Eres el puente entre Dios y su nosotros. Llevas el tesoro de su gracia en vasija de barro (2 Cor. 4, 7): ¡Qué grande y que bueno es el Señor! ¡Qué grande es su fidelidad! ¡Qué grande es el misterio del Sacerdocio!: Cristo se sirve no sólo de tus virtudes, sino también de tus defectos…
Sólo te pido que seas fiel (1 Cor. 4, 2), que ames intensamente a Cristo y a la Iglesia (Cf. Ef. 5, 25-26), que obedezcas siempre al Espíritu Santo (Cf. Hch. 5, 29-32; 1 Pe. 1, 2), que seas un modelo para mí (1 Pe. 5, 2-3) y que lleves tu cruz con alegría. Yo te voy a ayudar con mi oración y con mis cuidados, con mi comprensión y obediencia (Cf. Heb. 13, 17).
Te pido perdón por las veces en que te he criticado y desobedecido, por las veces en que no he querido caminar en la fe contigo… por las veces en las que he hecho tu carga más pesada.
Alabo al Señor por ti; bendigo al Señor por tu vocación; agradezco a Dios por tu respuesta; bendigo a Yahweh por tu sacerdocio.
Gracias hermano (Cf. Heb. 2, 11-12.17)…
20 de abril de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario